Una mañana entras tarde a trabajar y en vez de quedarte enredada entre las sábanas decides echarte a la calle, y aunque haga frío aprovechar las horas que tienes para turistear por tu preciosa ciudad. El mejor plan para no estar en la calle es visitar alguna exposición que este en el catalogo cultural de ofertas de la ciudad, y luego buscar cerca de la sala de exposiciones un sitio donde despejarte a primera hora al lado de un rico café humeante.

Todo salió según lo previsto.,

Motteau en pleno corazón del barrio de las Letras cumple todos los calificativos de verdadera pastelería francesa. Está colocada en un sitio céntrico, su exterior de madera nos evoca las «Patisserie» parisinas, y por dentro…el olor a pastelería recién hecha te gana el corazón.

Luego con sus pocas mesitas y una música de fondo, en mi caso «Los chicos del coro» completan la escena  para realmente hacerte creer que has viajado a Francia sin moverte.

Siguiente paso, pedir el desayuno, y allá vas a mirar la carta, las tartas , los bollos recién hechos, madre mía así cómo va a elegir una.

Mi elección, un zumo de naranja recién exprimido, un capuchino humeante, y a consejo de uno de los dueños me llevé a la mesa un tortel de chocolate blanco y pistachos recién horneado y un Cannele de agua de azahar (postre típico de la resposteria de Bourdeaux)

Pero no sólo bollería era la especialidad, mirar las tartas y no perdáis ocasión de degustar alguna.

Y en esta segunda foto podéis ver al artífice de esta dulce oferta, Juan Manuel D’Alessandro, su creador. Dueño y señor de la cocina de esta pasteleria donde rinde fiel homenaje a sus antepasados franceses, los dueños del primer Motteau en la Normandía del siglo XIX.

Juan Manuel además de hablar con pasión de su negocio lo mima como a un hijo. Él, junto a su pareja, regentan con amabilidad y cercanía esta pastelería, donde hasta los más pequeños tienen su espacio.

Busqué a Remy, pero menos mal que no lo encontré.

Casi me olvido de comentar si los productos estaban o no ricos: deliciosos, sublimes. El cannele me dejó impresionada, sabía a Azahar y estaba suave y esponjoso, el tortel se deshacía, estaba aún casi caliente y era dulce y amoroso.

En fin me encantó, volveré, y sobre todo para seguir probando esas delicias, dicen por ahí que su Tatin, su tarta de zanahoria, la de frambuesa o la de chocolate a la cerveza negra son de lo mejor de la capital. Por ende, no queda más remedio que volver, y más si allí además nos esperan los dueños con esa amplia sonrisa.

Motteau